Cuando se ponga en servicio el centro de datos en Utah, entrará en funcionamiento la más poderosa estación de espionaje que haya conocido la historia.
Las máquinas informáticas serán un tesoro del centro de espionaje
Cerca de Oak Ridge (Tennessee, Estados Unidos) opera un gran laboratorio nuclear amparado por hermética reserva. Un letrero dice en la puerta de salida : "Lo que veas aquí, lo que hagas aquí, lo que oigas aquí, déjalo aquí".
Ahora, sin embargo, el gobierno construye un centro de datos en Utah, el Vaticano de los mormones, mucho más secreto que el laboratorio de Oak Ridge.
Tanto, que ni siquiera exhibe letrero alguno en la puerta de salida.
El Centro de Datos de Utah, gigantesca central que levanta la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), contendrá los computadores más veloces y refinados del mundo.
Diez mil obreros convierten el antiguo aeropuerto rural de Bluffdale en gigantesca base informática de 92.900 metros cuadrados (equivalentes a trece campos de fútbol) que, a un costo de 2.000 millones de dólares, se inaugurará dentro de 18 meses.
Cuando ello ocurra, entrará en funcionamiento la más poderosa estación de espionaje que haya conocido la historia.
Una base capaz de grabar simultáneamente miles de millones de llamadas, mensajes, transmisiones, emisiones e incluso trinos.
"Prácticamente todo el mundo está en la mira: quien tenga un aparato de comunicación puede ser espiado", proclama orgulloso un funcionario.
La NSA desarrollará tres actividades en Bluffdale: atesorar información, descodificar material secreto y analizar cuanto consiga.
Una cuarta actividad no se menciona, pero está implícita: la capacidad de perturbar comunicaciones ajenas.
El plan es archivar cuanta información pase por sus redes, aun la más inocua, con la idea de que, si no sirve hoy, podría servir mañana.
El mismo criterio se aplica a los mensajes y códigos de potencias extranjeras, empresas, instituciones y otras entidades: lo que no resulte descifrable ahora, lo será cuando avance más la tecnología algorítmica.
El propósito del colosal centro de espionaje, al lado del cual el temido Gran Hermano de Orwell es un autista, es velar por la seguridad de Estados Unidos y su población.
Es, al menos, lo que explican las autoridades.
No hay duda de que semejante suma de recursos facilitará la lucha contra el terrorismo y el crimen. Colombia puede decir que se ha beneficiado de las tecnologías que ya maneja Washington.
Pero nada garantiza que solo se empleará para combatir la delincuencia y escudriñar los secretos de otros Estados.
La red de computadores albergará datos prácticamente de todos los habitantes del planeta.
Un nombre y un número permitirán penetrar de la manera más abrupta e ilegal en la intimidad de cualquier ciudadano: sus cuentas bancarias, sus informes médicos, sus estudios, sus compras, sus empleos, sus amistades, sus parientes, su correspondencia privada, sus llamadas...
A lo mejor algunas leyes pueden proteger a los estadounidenses del asalto a su vida privada.
Pero, ¿quién responde por los derechos de los ciudadanos de otros países?
Las máquinas informáticas serán un tesoro del centro de espionaje.
Pero lo más valioso serán los especialistas, verdaderos sabios, que trabajarán allí.
Será una conjunción de cerebros dedicados a sacar el mayor provecho a los equipos y mejorar de manera constante la capacidad de la red.
Estos cerebros, sin embargo, son menos dóciles que los que funcionan por teclado.
Es por ello por lo que las primeras alarmas graves sobre el Centro de Datos de Utah proceden de William Binney, respetado y veterano criptógrafo y matemático de la NSA, que se retiró de la agencia alarmado ante el peligroso poder del centro.
"Estamos a un tris del Estado totalitario", advirtió.
Es una reflexión que conviene sembrar en medio del delirio cibernético.
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